El rescate del náufrago

Isla Ibiza
Es Vedranell y Es Vedrà, la foto que quiso tomar el náufrago y que casi le cuesta la vida

El viernes 2 de agosto de 2013 fue un día de lo más completo. Un grupo de chicos y chicas de Granada alquilaron nuestro catamarán para pasar el día. Para mí, después de tres meses de desarraigo viviendo en el barco, compartir un día a bordo con paisanos a los que te unen conocidos y lugares comunes te proporciona una cálida sensación de vecindad. Además, al contrario que otros grupos que desembarcan para comer en tierra, ellos querían aprovechar el barco al máximo y disfrutar de la maravillosa experiencia de navegar a vela, así que fuimos desde Ibiza a Formentera y después de comer Eolo nos premió con una navegada épica de 3 horas con 20 nudos de viento por la aleta hasta la isla de Es Vedrà. Escapando ya del venturi que encañona el viento entre el cabo Joue al SW de Ibiza y el islote de Es Vedranell, uno de mis clientes se percató de una persona que movía los brazos “saludando” ostensiblemente desde unas rocas. Estando en Ibiza y curado de espantos, lo primero que piensas es que se trata de algún hijo de la Gran Bretaña que se ha bebido hasta la última gota de licor de hierbas Ibicencas y se ha esnifado hasta el último grano de sal de Ses Salines. Y es lo que debieron pensar todos los barcos que pasaban frente a él, cuyos ocupantes incluso les devolvían el saludo efusivamente. Sin embargo aquel tipo seguía gritando y moviendo los brazos aún cuando los barcos pasaban de largo.
Enrollé el génova, encendí el motor y nos aproximamos a él hasta que la presencia de unos escollos amenazantes y una inquietante sonda de sólo 3 metros y medio junto la restinga que despedía el acantilado nos impidió continuar. Paré la máquina para que ruido del motor nos permitiera escuchar y dejé el barco al pairo con la mayor izada. El viento hacía casi imposible descifrar los alaridos del pobre hombre. Incluso pensamos que era extranjero por lo que le gritamos hasta en inglés, pero por mucho que lo intentamos no hubo manera de hacerle saltar desde las rocas y que nadara hasta nosotros.
Pensé acercarme con nuestra Zodiac pero fondear el barco en esa zona de corrientes es muy peligroso al estar lleno de rocas y escollos, así que finalmente con la poca cobertura que teníamos llamé a Salvamento Marítimo para informar de la situación. Bienvenidos a la España del esperpento, la pandereta y el vuelvaustémañana: El centro de control de Barcelona después de decenas de preguntas de Perogrullo me pasó con el centro de Palma que previo cuestionario de turno a su vez me pasó con el de San Antonio en Ibiza para decirme que ellos tardarían al menos una hora y media en una lancha rápida y llegarían de noche por lo que casi mejor me pondrían en contacto con protección civil para ver si podían rescatarlo desde tierra. Ni Spiderman en un buen día habría podido escalar el acantilado, una pared completamente vertical de 200 metros. Con esas palabras se lo trasladé al operario de protección civil que tras darse por enterado por fin de la gravedad de la situación tuvo la feliz idea de avisar su amigo, propietario del restaurante de la cercana Cala D’hort para que acudiera con la lancha con la que suelen llevar las paellas a los barcos que fondean en su playa.
Preguntándonos como coño habría llegado allí el colega, reanudamos la marcha y pusimos proa a precisamente a Cala D’hort, destino final de nuestra excursión náutica, no sin antes dejarnos las gargantas para tranquilizar al náufrago e intentar comunicarle que en menos de una hora llegaría el séptimo de caballería en forma de lancha paellera. Por los gestos que hacía cuando nos fuimos dudo mucho que se enterara de algo.
Nos las prometíamos muy felices saboreando la satisfacción de haber llevado a cabo la buena acción del día, cuando recibo una llamada del dueño del restaurante. Que el plan es fenómeno, pero que la lancha de las paellas ya no está en la playa porque se la llevan por la tarde al puerto. Es como estar a punto de llegar al final de la oca y caer en la casilla de muerte. ¡Volvemos a la salida!
Le propongo fondear mi catamarán y recogerlo en nuestra Zodiac en la orilla, delante de su restaurante. Mi Zodiac y más concretamente el motor fuera borda, con el que mantengo una tensa relación de amor y odio, tiene muchas virtudes, pero la velocidad no es una de ellas. A tope de gas no daría ni para que las paellas llegaran calientes a su cercano destino, así que imaginaos lo que íbamos a tardar en llegar a la zona cero. Aún así no veíamos otra salida.
Echamos el hierro en el centro de la cala junto a un lujoso yate de la pérfida Albión. Con la ayuda de mis clientes descolgamos la Zodiac desde los pescantes y nos fuimos derechos para la orilla en busca del paellero.
Al llegar a tierra no había nadie. Intenté llamarle al móvil pero no había nada de cobertura así que aprovechamos el viaje para desembarcar a parte de mis clientes y volví a mi barco para probar suerte y volver a llamar al paellero.
Tras varios intentos por fin dio señal de llamada y conseguí hablar a duras penas con el paellero. Mientras nos esperaba en la playa había llegado la lancha rápida perteneciente al yate inglés para desembarcar a los ricos de turno y al explicarle la situación al marinero se fueron los dos a toda mecha rumbo a los acantilados.
Al rato los vimos entrando de vuelta en la cala y pararon junto a nuestro catamarán. Habían encontrado al náufrago nadando exhausto en la oscuridad. Con la noche encima y presa del pánico se había lanzado a al agua para intentar llegar a nado a la playa más cercana, pero herido y completamente agotado se estaba dejando llevar por la corriente a su suerte. Momento en el que llegó el paellero en la lancha inglesa. Y fue el propio interesado, todavía en estado de shock, quién sació nuestra curiosidad: ¡Se había despeñado desde lo alto del acantilado mientras hacía una foto de la isla de Es Vedrà! Estaba lleno de magulladuras y arañazos por todas partes y salvó la vida porque en plena caída rebotó en un saliente y cayó al agua. Desde el agua nadó hasta llegar a las rocas donde llevaba horas intentado infructuosamente que alguno de los barcos parara a rescatarlo. De no haberse percatado mi cliente probablemente habría aparecido flotando a la mañana siguiente.
Yo acabé a las y pico, como de costumbre, dejándome caer muerto sobre las redes de proa, intentando recuperar el resuello después de un día intenso y de la última media hora de un poco glamuroso baldeo y limpieza del barco (eso no sale en las películas, ni en los anuncios, ni en mis fotos del facebook), y con otra batallita que contar en las largas noches de invierno.

Por Jose Charteralia – leer minibio del autor – y la historia de nuestra empresa.

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