Ibiza

La isla de Ibiza tiene un pasado relativamente reciente sin alquiler barcos Ibiza, sin despedidas de soltera en catamaran, sin veleros fondeados en las playas de Formentera. Hubo un tiempo en que a la pitiusa apenas arribaban 1.000 turistas en agosto. Edén de intelectuales bohemios, los hippies les siguieron y vivieron ociosos hasta que en los 80 el tecno se adueñó de un nicho ecológico que hoy ya no es lo que era.

Ibiza
Ibiza en la actualidad, playas, barcos y diversión

En la primavera de 1.932 el filósofo alemán Walter Benjamin intentaba rehacerse de su reciente divorcio, estaba deprimido y más tieso que una mojama. Siguiendo los consejos de un amigo, embarcó en Barcelona rumbo a una isla pobre y tan atrasada que solo tenía un par de vacas.

Buscaba reconciliarse con la vida en un lugar dormido en un delicado sueño. Un día de abril de 1932 contempló el amanecer desde la cubierta del barco Ciudad de Valencia que hacía su entrada en el puerto de Ibiza.

cala jondal Ibiza
Cala Jondal al sur de Ibiza

Vivió nueve meses allí y fue feliz en Sa Punta des Molí, en una casa junto al mar de San Antonio. Madrugaba, se cruzaba con payesas de negro con grandes sombreros, se bañaba en el mar sin ver ni un barco en el horizonte ni un alma en la orilla y empezaba un largo día de lectura y escritura. No tenía luz eléctrica y echaba de menos la mantequilla, el licor, los periódicos y las mujeres. Pero se consolaba con la sencilla exquisitez del bulit de pesc y un postre casero llamado greixonera. Y con un paisaje espléndido («el más intacto que he visto jamás»), que era un resumen de África y Génova, Cádiz y Siracusa. Walter Benjamin, uno de los intelectuales más lúcidos del siglo XX, era un pionero; pero no el primero. Sin contar a los fenicios, el primer turista, el archiduque Luis Salvador de Austria, llegó en la segunda mitad del siglo XIX. Entonces Ibiza solo tenía un hotel y una fonda, la de Miguel Guevara. Tras sus pasos llegaron otros visitantes ilustres: Vicente Blasco Ibáñez, Joaquín Sorolla o Santiago Rusiñol, que fue quien bautizó Ibiza como la Isla Blanca en un artículo publicado en 1913 en El Heraldo de Ibiza. Por entonces ya se hablaba de los beneficios de «la afluencia de forasteros». Al principio eran alemanes. Erwin Broner, un arquitecto judío formado en la Bauhaus que huía de una atmósfera emponzoñada por el odio, fue de los adelantados. Tras muchas peripecias encontró aquí su paraíso y vivió en una casita blanca con ventanas que parecían ojos mirando al mar que en esos días no estaban plagados de veleros de alquiler barco Ibiza. El francés Guy Selz había abierto un bar elegante en el puerto de Ibiza. Allí Broner socializaba con artistas cosmopolitas y escritores bohemios como Albert Camus, Elliot Paul, Gershom Scholem, Josep Lluis Sert, Raoul Hausmann, Rafael Alberti o Paul Gauguin, nieto del pintor. Walter Benjarnin trataba de ligar para espantar la pena. Una noche, una polaca pidió a Toni, el camarero, dos copas de una ginebra de 74°.
Las bebió de un trago. Benjamin la desafió, pero era un tipo sobrio solo habituado al hachís y al opio, y minutos después se desplomó. En aquella isla púnica y corsaria, aquellos extranjeros excéntricos y aquellas forasteras de cuerpos flexibles habían encontrado lo que buscaban un verano eterno en una Arcadia con crepúsculos de miel y calas donde andar en pelota.

Playa de Salinas en Ibiza
La playa de Las Salinas (Ses Salines) en la actual Ibiza

La explosión de Ibiza

En 1951 Ibiza registró 1120 turistas en agosto. Habían llegado no sin heroísmo porque solo había un barco a la semana, el Ciudad de Mahón, que zarpaba de Barcelona los miércoles a las 7 de la tarde. Era difícil arribar a la isla salvo en tu propio barco, por eso ni Aristóteles Onassis ni Rainiero de Mónaco tuvieron problema alguno para recalar en Ibiza en 1954. Cuatro años después se iniciaron los vuelos regulares en el aeropuerto de Es Codolar, pero hasta 1961 no se asfaltó la pista. Ya con un aeropuerto como Dios manda, llegaron Jorge Guillén, Tristan , Rafael Azcona, Ignacio y Josefina Aldecoa, Camilo J. Cela o Pancho Cossío. También Errol Flyn, que frecuentaba los bares Dominó y Montesol, en donde gracias a sus ingresos le perdonaban sus maneras. Con guiris como él, no hubo otra que poner coto a la degeneración de las costumbres.

caben todas en la red del catamaran
Probando la resistencia de una de las dos redes del catamarán

El ayuntamiento colocó frente al Hotel Ibiza a un guardia y cada vez que un señor salía al balcón sin camisa o una señora con escote, el guardia avisaba al portero para que obligara al atrevido a mantener el decoro. Si algún turista sofocado por el calor se aligeraba de ropa, se le quitaba el pasaporte. No fue por mucho tiempo. El guardia tuvo que rendirse ante la ola de libertinaje que avanzaba y arreciaba.

bikini y trikini en ibiza
Bikinis imposibles

Hace ya muchos siglos Diodoro de Sicilia escribió que Ibiza estaba habitada por bárbaros de todas procedencias. Era un diagnóstico, pero también una profecía. Huyendo de la sociedad burguesona, llegaron los hippies. Se aburrían a morir en una cultura que olía a cadáver e Ibiza era como un regreso al Edén, a la dulce barbarie del ocio perpetuo. Según soplara el viento, leían a Marcuse o el Siddartha de Hesse que llevaban en la mochila. A veces el gregal es tan violento en esta isla como la música de Pink Floyd en la banda sonora de More, la película de 1969 con la que debutó de director el francés Barbet Schroeder.

Es Vedra desde el barco en Ibiza
Navegando frete a la isla de Es Vedrá

Iba de sexo, drogas y comunas hippies en Ibiza, una isla mística con lugares sagrados como Es Vedrá, donde las palomas mensajeras perdían el sentido de la orientación, donde eran comunes los avistamientos de ovnis e incluso donde las apariciones marianas competían con los colgaos que aseguraban ver la cara de Vishnu en algún cantil desde el que se atalayaba el Sol poniente.

amistades y amor en el barco de ibiza
Muy amigas!

La corriente magnética de la isla atraía diferentes energías cósmicas. La horda contracultural venía tanto de Estados Unidos como de Europa y proponía la psicotropía y el amor libre. Algunos eran artesanos o vivían de pequeños huertos. Otros eran vástagos de familia bien que no querían ir a Vietnam; vestían y vivían como peluts, pero periódicamente recibían de casa un giro postal. Los pinares sobrevolados por aspas de molinos de viento junto a playas desiertas formaban un triángulo místico con San Francisco y Amsterdam.

Molino Ibiza y vista bahía san antonio
A vista de pájaro la bahía de San Antonio

Cambio radical de Ibiza

Ahora todo eso es un tópico que muchos años después de que el último pelut ahuecara el ala persigue a la isla como una sombra. Si alguna vez Ibiza fue un vertedero psicológico, esa estampa solo queda en la memoria de quienes nunca se fueron de la isla y son ahora sexagenarios acunados por la nostalgia.

comer en el barco de alquiler
Con la comida preparada

A veces exploran la sonoridad de las cuevas cantando por Janis Joplin o dándose a la repostería con marihuana. Lo único que sigue reverberando como un eco es la moda AdLib entronizada por la yugoslava Smilja Mihailovitch en los 70. Una sabia combinación de influencias folclóricas nativas y moda hippy, con protagonismo absoluto del blanco y el lema: ‘Viste como quieras pero con estilo». Ya no hay hippies ni siquiera en la fiesta de los tambores de Benirrás.

despedida de soltera en alquiler de velero en ibiza
Relax y privacidad total a bordo

Los rituales con piedras, las danzas de fuego y pañuelos y el olor a marihuana devuelven a la peña a la década prodigiosa, aunque con una importante diferencia lo que era genuino es ahora impotente parodia Jefferson Airplane, Bessie Smith o Joan Baez son arqueología. Los clubbers, la nueva peña, prefieren el chunda chunda. A principios de los 70 el hotel Tres Torres de Santa Eulalia abrió la primera discoteca. Todavía los pescadores de Es Cariar pescaban al curricán con barcas de borda blanca y vela cangreja, ahora esa imagen beatífica ha virado a sepia y los pecadores se chutan con ruido en discotecas que son epidemia.

capitana de barco
La vigía a pie de mástil

Pachá importó su marca de Sitges, y emergieron de la nada Angers, Amnesia y Ku, que ahora es Privilege, en cuyos ámbitos colosales turistas y nativos se mezclan con celebridades como Jean-Paul Gaultier, Elle McPherson o Madonna. El nicho ecológico abandonado por el espiritualismo lo ocupa ahora el delirio rayero desde que en los 80 la vida nocturna se convirtió en la principal industria de la isla. Sus discotecas y clubes tecno son templos con muchos decibelios, drogas de diseño y sexo exprés: una bacanal non stop.

catamaran para despedidas de soltera y fiestas
Las mejores marineras

Vivir en Ibiza es dejarse llevar. También para el ejército de ravers bien vestidos del Ushuaia Beach Hotel en Playa d’en Bossa que se dejan 160 euros por tumbona y una cuenta de 12.000 euros en el bar. La fiesta empieza a las siete con 200 personas en la zona vip, más 4.000 bailando frente a trapecistas desnudos y gogós. Observar es lo único que sale gratis en el último capricho de Abel Matutes júnior, cuyo padre fue alcalde en tiempos de Franco.

celebracion puesta de sol en san antonio en barco
me encanta Ibiza!

El joven general Francisco Franco era comandante militar de Baleares cuando, el 6 de mayo de 1,933, visitó la isla por primera vez. La comitiva se dirigió al faro de Cavas-Blancas, a 200 metros de la casa de Walter Benjamin. Siete años después aquel general prohibió la entrada de refugiados políticos desde la frontera franco-española. Ante la imposibilidad de cruzarla, el exiliado Walter Benjamin, solo, en una fría habitación de un hotel de Port Bou, tomó unas píldoras de morfina y se quitó de en medio. En una de las cartas que había escrito a su íntimo amigo Gershom Sholem, fechada en Ibiza en 1933, escribió: «Echo de menos las densas sombras con las que las alas de la crisis económica enterrará en pocos años esta soberbia de tenderos y veraneantes».

Las islas bonitas, Es Vedra, en Ibiza
La vista desde el asiento frontal a Es Vedrà es impresionante

Ese sentimiento lo comparten ahora los ecologistas de una isla que, salvo en la persistencia de las lagartijas, se parece poco a la que Benjamin avistó un amanecer de primavera de hace 80 años desde la cubierta de un barco, tan distinto a los barcos de alquiler que salpican las playas de Ibiza hoy día.

Por Jose Charteralia, el autor. Y la historia de cómo nos metimos en este lío de barcos en Ibiza.

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